En cierta ocasión Madre Teresa afirmó que “el peligro más grande para la paz es el aborto. Porque si podemos destruir la vida que Dios nos da, y si la madre puede ser verdugo de sus hijos, entonces, de las otras matanzas y guerras en el mundo, ¿qué diremos?”
Pues resulta que actualmente no se para de decir cosas sobre las otras matanzas y guerras, siempre -“por supuesto”- en el contexto de una paz violada o defendida. Pero me temo que casi nadie se ha puesto a pensar en serio por qué alguien como la Madre Teresa ha dicho que el peligro más grande para la paz es el aborto y no las guerras.
Y es que detrás del aborto hay siempre un homicidio del ser humano más inocente e indefenso; y hay muchas veces una madre que rechaza y condena a muerte a su propio hijo. Y esas dos cosas, consideradas en su verdad, son tanto o más horribles que un conflicto bélico.
Si el hombre hoy día se permite con la mayor tranquilidad del mundo eliminar a una criatura inocua, y si acepta que una madre pueda condenar a la pena de muerte a su niño, ¿qué no se podrá permitir y aceptar entonces?
Porque si se abre la puerta al aborto, que es la aplicación de la pena capital a niños sin culpa e inermes -pedida por sus madres como un “derecho”-, entonces se está también abriendo la puerta no sólo a las guerras, sino a tantas atrocidades más como la eutanasia, el genocidio étnico y otras parecidas.
Y me parece que nadie tiene el derecho de abrir esa puesta. Ya que, por más vueltas que le demos, no hay nada que pueda justificar o legitimar el asesinato de un ser humano inocente. Nada ni nadie.
A este respecto recuerdo que en un debate ante la televisión francesa, Lejeune preguntó a Monod:
- “De un padre sifilítico y una madre tuberculosa que tuvieron cuatro hijos, el primero nació ciego, el segundo murió al nacer, el tercero nació sordomudo, y el cuarto es tuberculoso; la madre queda embarazada de un quinto hijo. Ud. ¿qué haría?”
- “Yo interrumpiría ese embarazo”, respondió con toda seguridad Monod.
A lo que su contrincante le contestó:
- “Tengamos un minuto de silencio, pues hubiera matado a Beethoven.”
Muy bien contestado. Y no por tratarse del genio de Beethoven, sino porque Beethoven, antes y muy por encima de ser un genio, es una persona humana que merece respeto como tal y tiene el mismo derecho que todos a nacer, independientemente de su supuesto estado y capacidad físico-mental.
Por desgracia actualmente tendríamos que guardar no un minuto, sino muchos días y meses de silencio por la muerte de tantos seres humanos víctimas del aborto. Y quién sabe si entre ellos no se ha truncado ya la vida de algunos otros Beethoven...
Pues resulta que actualmente no se para de decir cosas sobre las otras matanzas y guerras, siempre -“por supuesto”- en el contexto de una paz violada o defendida. Pero me temo que casi nadie se ha puesto a pensar en serio por qué alguien como la Madre Teresa ha dicho que el peligro más grande para la paz es el aborto y no las guerras.
Y es que detrás del aborto hay siempre un homicidio del ser humano más inocente e indefenso; y hay muchas veces una madre que rechaza y condena a muerte a su propio hijo. Y esas dos cosas, consideradas en su verdad, son tanto o más horribles que un conflicto bélico.
Si el hombre hoy día se permite con la mayor tranquilidad del mundo eliminar a una criatura inocua, y si acepta que una madre pueda condenar a la pena de muerte a su niño, ¿qué no se podrá permitir y aceptar entonces?
Porque si se abre la puerta al aborto, que es la aplicación de la pena capital a niños sin culpa e inermes -pedida por sus madres como un “derecho”-, entonces se está también abriendo la puerta no sólo a las guerras, sino a tantas atrocidades más como la eutanasia, el genocidio étnico y otras parecidas.
Y me parece que nadie tiene el derecho de abrir esa puesta. Ya que, por más vueltas que le demos, no hay nada que pueda justificar o legitimar el asesinato de un ser humano inocente. Nada ni nadie.
A este respecto recuerdo que en un debate ante la televisión francesa, Lejeune preguntó a Monod:
- “De un padre sifilítico y una madre tuberculosa que tuvieron cuatro hijos, el primero nació ciego, el segundo murió al nacer, el tercero nació sordomudo, y el cuarto es tuberculoso; la madre queda embarazada de un quinto hijo. Ud. ¿qué haría?”
- “Yo interrumpiría ese embarazo”, respondió con toda seguridad Monod.
A lo que su contrincante le contestó:
- “Tengamos un minuto de silencio, pues hubiera matado a Beethoven.”
Muy bien contestado. Y no por tratarse del genio de Beethoven, sino porque Beethoven, antes y muy por encima de ser un genio, es una persona humana que merece respeto como tal y tiene el mismo derecho que todos a nacer, independientemente de su supuesto estado y capacidad físico-mental.
Por desgracia actualmente tendríamos que guardar no un minuto, sino muchos días y meses de silencio por la muerte de tantos seres humanos víctimas del aborto. Y quién sabe si entre ellos no se ha truncado ya la vida de algunos otros Beethoven...
Fuente: Catholic.Net
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